viernes, 25 de junio de 2010

Crítica AUTO DE LOS REYES MAGOS

Diario HOY

CRÍTICA TEATRAL

LOS REYES NO EXISTEN


25.06.10 - 00:27 - LUIGI GIULIANI






Creo que para acercarnos al espectáculo 'Auto de los Reyes Magos' de Ana Zamora y la compañía Nao d'Amores, no debemos caer en la trampa de la filología, del discurso sobre el rescate de un supuesto 'teatro medieval castellano'. Porque, en primer lugar, el fragmento de 147 versos que nos han llegado del Auto no es 'teatro' en el sentido que le damos hoy a este término, sino un texto paralitúrgico que participa de lo que se ha dado en llamar la 'teatralidad difusa' de las ceremonias y de la vida medievales.

Tampoco el puñado de textos medievales con que Ana Zamora teje su montaje alrededor del Auto ('Los signos del Juicio Final' de Berceo, varios Himnos, etc.) son 'per se' textos dramáticos. Y, obviamente, carece de sentido plantear la cuestión de la 'fidelidad' de la ejecución del texto (en sus aspectos métricos o fonéticos), y de la interpretación actoral o musical, a la hora de juzgar este espectáculo posmoderno que se presenta inteligentemente (y engañosamente) como fruto de una operación arqueológica. Porque este pastiche del siglo XXI apuesta por un imaginario medieval filtrado por una estética naïve que aleja al espectador de la dramaticidad religiosa y lo introduce en el mundo maravilloso y lúdico de los cuentos de hadas, de la recuperación nostálgica de la infancia. He aquí, pues, la reelaboración visual de la iconografía sagrada, la relectura ingenua de las miniaturas de los manuscritos y de los capiteles románicos, la caracterización simpáticamente guiñolesca de unos bondadosos Reyes viajeros, de un Herodes infantil y malvado, de un Agnus Dei representado por un muñeco-corderito que retoza y husmea con curiosidad los regalos recibidos.

En este horizonte, la declamación con la fonética 'original' en castellano o en latín eclesiástico produce un maravilloso efecto extrañante, al igual que el acoplamiento rítmico del recitado a la música, las geometrías de las danzas, o la mágica simplicidad de un gesto capaz de hacer bajar, subir, oscilar un botafumeiro en el centro del escenario. Así, atrapándonos con el perfume a incienso y el sonido de la zanfona y de la chirimía, el montaje se desarrolla a través de una articulación en cuadros determinada por la yuxtaposición de los distintos textos, con hallazgos escénicos que dibujan varios lugares dramáticos dentro de un espacio vacío.

Son éstos los recursos de una dramaturgia que estira hasta el límite las posibilidades de los fragmentos textuales que utiliza, abundando en la línea de otro espectáculo de Ana Zamora, el 'Misterio del Cristo de los Gascones', que pasó por el Festival hace dos años. Y, tal como sucedió entonces, este 'Auto' puede provocar asombro, entretener a los sentidos, exhibirse a sí mismo como un juego estetizante de gran perfección, pero corre el riesgo de no decir mucho a los corazones. Es, en el fondo, lo corriente en esta época post-religiosa en que sabemos que los Reyes no existen, en que no hay estrellas que nos guíen y donde hasta el teatro puede ser un artilugio sumamente encantador y tremendamente inocuo

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