martes, 29 de junio de 2010

Critica EL AVARO







SOCIEDAD
AVARICIA Y GENEROSIDAD

28.06.10 - 00:08 -
LUIGI GIULIANI
 
Hay personajes arquetípicos que cruzan los milenios y se reencarnan en los textos culturales (literarios, teatrales, cinematográficos) de cada época. Y la figura del avaricioso, como todos los arquetipos, es el reflejo de una característica del alma humana: el deseo de los bienes materiales (al fin y al cabo, lo que está en la base de la propiedad privada). En la tradición teatral la sátira de la tacañería arrancó hace veintidós siglos con la 'Aulularia' de Plauto, hasta llegar en el siglo XVII al 'Avaro' de Molière, comedia entre las más universalmente representadas del dramaturgo y actor francés.

El éxito perenne de la obra se debe sin duda a su acertada mezcla de motivos. En ella no sólo hallamos la crítica de la avaricia y del exceso de materialismo, sino también el conflicto entre padres e hijos, en una época -la Europa del Antiguo Régimen- en que empezaba a surgir el llamado 'individualismo afectivo' con que los jóvenes se oponían a que las familias decidieran por ellos sobre temas matrimoniales. Hay más: entrelazado en el conflicto, aflora el trauma de unos hijos necesitados de cariño ante un padre absolutamente dispótico y egoísta. Y también el tema eterno del viejo enamorado, del anciano que se resiste a su declive físico.

En el nudo de estos hilos temáticos se halla la inmensa figura de Harpagón, astuto y cruel en sus decisiones, infantil y caprichoso en sus deseos, mezquino y oportunista a la hora de interpretar las convenciones sociales.

El sábado en el Gran Teatro, Juan Luis Galiardo dio vida a Harpagón en un montaje dirigido por Jorge Lavelli, montaje ejemplar por sencillez y eficacia, fuerza y finura.

La escenografía, flexible y funcional, constituida por tres grandes módulos con seis puertas que dibujan ambientes interiores y exteriores sin determinar, ofrece con discreción un apoyo espacial para el trabajo de los actores. Así, las laberínticas entradas y salidas de los personajes reflejan las simetrías, las arritmias y los equívocos de la trama.

Lejos de buscar el naturalismo expresivo, la dirección de Lavelli apuesta por una deliciosa estilización de los gestos, subrayada por el efecto distanciador de las caras de los actores pintadas de blanco. El ritmo del diálogo -muy cuidado y sin desfallecimientos- se traduce en los geniales 'tempos' cómicos de las discusiones entre Harpagón y los demás personajes. El reparto de quince actores luce un abanico de registros que van desde la pasión juvenil de los hijos (Javier Lara e Irene Ruiz), al tono celestinesco de Frosina (Palmira Ferrer), al toque guiñolesco de Maese Yago y Flecha (Tomás Sáez y Manolo Caro). Y sobre todo brilla por su presencia escénica un arrasador Juan Luis Galiardo, que encarna al Avaro desplegando un amplio repertorio gestual y vocal: ruge, lloriquea, murmura, grita, es capaz de embelesar a los espectadores y de producir risas con un cambio de entonación de la voz, con una pausa repentina, con una mirada inesperada. Una gran trabajo actoral, generoso en su entrega, clásico en su ejecución, excelente en sus resultados.





No hay comentarios:

Publicar un comentario